El Ministerio de Curación

Capítulo 41

En el Trato con los Demás

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TODA asociación en la vida requiere el ejercicio del dominio propio, la tolerancia y la simpatía. Diferimos tanto en disposición, hábitos y educación, que nuestra manera de ver las cosas varía mucho. Juzgamos de modos distintos. Nuestra comprensión de la verdad, nuestras ideas acerca del comportamiento en la vida, no son idénticas en todo respecto. No hay dos personas cuyas experiencias sean iguales en todo detalle. Las pruebas de uno no son las de otro. Los deberes que a uno le parecen fáciles, son para otro en extremo difíciles y le dejan perplejo.

Tan frágil, tan ignorante, tan propensa a equivocarse es la naturaleza humana, que cada cual debe ser prudente al valorar a su prójimo. Poco sabemos de la influencia de nuestros actos en la experiencia de los demás. Lo que hacemos o decimos puede parecernos de poca monta, cuando, si pudiéramos abrir los ojos, veríamos que de ello dependen importantísimos resultados para el bien o el mal.

Miramiento por quienes llevan cargas

Muchos son los que han llevado tan pocas cargas, y cuyo corazón ha experimentado tan poca angustia verdadera, y ha sentido tan poca congoja por el prójimo, que no pueden comprender lo que es llevar cargas. No son más capaces de apreciar las de quien las lleva que lo es el niño de comprender el cuidado y el duro trabajo de su recargado padre. El niño extraña los temores y las perplejidades de su padre. Le parecen inútiles. Pero cuando su experiencia aumente con los años y le toque llevar su propia carga, entonces echará una mirada retrospectiva sobre la vida de su padre; y comprenderá lo que anteriormente le parecía tan incomprensible. La amarga experiencia le dará conocimiento.

No se comprende la pesada labor de muchos ni se aprecian debidamente sus trabajos hasta después de su muerte. Cuando otros asumen las cargas que el extinto dejó, y tropiezan con las dificultades que él arrostró, entonces comprenden hasta qué punto fueron probados su valor y su fe. Muchas veces, ya no ven entonces las faltas que tanto se apresuraban a censurar. La experiencia les enseña a tener simpatía. Dios permite que los hombres ocupen puestos de responsabilidad. Cuando se equivocan, tiene poder para corregirlos o para deponerlos. Cuidémonos de no juzgar, porque es obra que pertenece a Dios.

La conducta de David para con Saúl encierra una lección. Por mandato de Dios Saúl fue ungido rey de Israel. Por causa de su desobediencia, el Señor declaró que el reino le sería quitado; y no obstante, ¡cuán cariñosa, cortés y prudente fue la conducta de David para con él! Al procurar quitarle la vida a David, Saúl se trasladó al desierto, y, sin saberlo, penetró en la misma cueva en que David y sus guerreros estaban escondidos. "Entonces los de David le dijeron: He aquí el día de que te ha dicho Jehová: . . Entrego tu enemigo en tus manos, y harás con él como te pareciera.... Y dijo a los suyos: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová." (1 Samuel 24:5, 7.) El Salvador nos dice: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir." (S. Mateo 7:1, 2.) Acordaos de que pronto el curso de vuestra vida será revisado ante Dios. Recordad también que él dijo: "Eres inexcusable, oh hombre, cualquiera que juzgas, porque lo mismo haces, tú que juzgas." (Romanos 2: 1.)

No nos conviene dejarnos llevar del enojo con motivo de algún agravio real o supuesto que se nos haya hecho. El enemigo a quien más hemos de temer es el yo. Ninguna forma de vicio es tan funesta para el carácter como la pasión humana no refrenada por el Espíritu Santo. Ninguna victoria que podamos ganar es tan preciosa como la victoria sobre nosotros mismos.

Paciencia en las pruebas

No debemos permitir que nuestros sentimientos sean quisquillosos. Hemos de vivir, no para proteger nuestros sentimientos o nuestra reputación, sino para salvar almas. Conforme nos interesemos en la salvación de las almas, dejaremos de notar las leves diferencias que suelen surgir en nuestro trato con los demás. Piensen o hagan ellos lo que quieran con respecto a nosotros, nada debe turbar nuestra unión con Cristo, nuestra comunión con el Espíritu Santo. "¿Qué gloria es, si pecando vosotros sois abofeteados, y lo sufrís? mas si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agradable delante de Dios." (1 S. Pedro 2:20.)

No os desquitéis. En cuanto os sea posible, quitad toda causa de falsa aprensión. Evitad la apariencia del mal. Haced cuanto podáis, sin sacrificar los principios cristianos, para conciliaros con los demás. "Si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente." (S. Mateo 5:23, 24.)

Si os dicen palabras violentas, no repliquéis jamás con el mismo espíritu. Recordad que "la blanda respuesta quita la ira" (Proverbios 15:1.) Y hay un poder maravilloso en el silencio. A veces las palabras que se le dicen al que está enfadado no sirven sino para exasperarlo. Pero pronto se desvanece el enojo contestado con el silencio, con espíritu cariñoso y paciente.

Bajo la granizada de palabras punzantes de acre censura, mantened vuestro espíritu firme en la Palabra de Dios. Atesoren vuestro espíritu y vuestro corazón las promesas de Dios. Si se os trata mal o si se os censura sin motivo, en vez de replicar con enojo, repetíos las preciosas promesas:

"No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal."(Romanos 12:21.)

"Encomienda a Jehová tu camino, y espera en él; y él hará. Y exhibirá tu justicia como la luz, y tus derechos como el mediodía." (Salmo 37:5, 6.)

"Nada hay encubierto, que no haya de ser descubierto; ni oculto, que no haya de ser sabido."(S. Lucas 12:2.)

"Hombres hiciste subir sobre nuestra cabeza; entramos en fuego y en aguas, y sacástenos a hartura." (Salmo 66:12.)

Propendemos a buscar simpatía y aliento en nuestro prójimo, en vez de mirar a Jesús. En su misericordia y fidelidad, Dios permite muchas veces que aquellos en quienes ponemos nuestra confianza nos chasqueen, para que aprendamos cuán vano es confiar en el hombre y hacer de la carne nuestro brazo. Confiemos completa, humilde y abnegadamente en Dios. El conoce las tristezas que sentimos en las profundidades de nuestro ser y que no podemos expresar. Cuando todo parezca obscuro e inexplicable, recordemos las palabras de Cristo: "Lo que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás después." (S. Juan 13:7.)

Estudiad la historia de José y de Daniel. El Señor no impidió las intrigas de los hombres que procuraban hacerles daño; pero hizo redundar todos aquellos ardides en beneficio de sus siervos que en medio de la prueba y del conflicto conservaron su fe y lealtad.

Mientras permanezcamos en el mundo, tendremos que arrostrar influencias adversas. Habrá provocaciones que probarán nuestro temple, y si las arrostramos con buen espíritu desarrollaremos las virtudes cristianas. Si Cristo vive en nosotros, seremos sufridos, bondadosos y prudentes, alegres en medio de los enojos e irritaciones. Día tras día y año tras año iremos venciéndonos, hasta llegar al noble heroísmo. Esta es la tarea que se nos ha señalado; pero no se puede llevar a cabo sin la ayuda de Jesús, sin ánimo resuelto, sin propósito firme, sin continua vigilancia y oración. Cada cual tiene su propia lucha. Ni siquiera Dios puede ennoblecer nuestro carácter ni hacer útiles nuestras vidas a menos que lleguemos a ser sus colaboradores. Los que huyen del combate pierden la fuerza y el gozo de la victoria.

No necesitamos llevar cuenta de las pruebas, dificultades, pesares y tristezas, porque están consignados en los libros, y no los olvidará el Cielo. Mientras rememoramos las cosas desagradables, se escapan de la memoria muchas que son agradables, tales como la bondad misericordioso con que Dios nos rodea a cada momento, y el amor que admira a los ángeles, el que le impulsó a dar a su Hijo para que muriese por nosotros. Si al trabajar para Cristo creéis haber experimentado mayores pruebas y cuidados que las que afligieron a otros, recordad que gozaréis de una paz desconocida de quienes rehuyeron esas cargas. Hay consuelo y gozo en el servicio de Cristo. Demostrad al mundo que la vida de Cristo no es fracaso.

Si no os sentís de buen ánimo y alegres, no habléis de ello. No arrojéis sombra sobre la vida de los demás. Una religión fría y desolada no atrae nunca almas a Cristo. Las aparta de él para empujarlas a las redes que Satanás tendió ante los pies de los descarriados. En vez de pensar en vuestros desalientos, pensad en el poder a que podéis aspirar en el nombre de Cristo. Aférrese vuestra imaginación a las cosas invisibles. Dirigid vuestros pensamientos hacia las manifestaciones evidentes del gran amor de Dios por vosotros. La fe puede sobrellevar la prueba, resistir a la tentación y mantenerse firme ante los desengaños. Jesús vive y es nuestro abogado. Todo lo que su mediación nos asegura es nuestro.

¿No creéis que Cristo aprecia a los que viven enteramente para él? ¿No pensáis que visita a los que, como el amado Juan en el destierro, se encuentran por su causa en situaciones difíciles? Dios no consentirá en que sea dejado solo uno de sus fieles obreros, para que luche con gran desventaja y sea vencido. El guarda como preciosa joya a todo aquel cuya vida está escondida con Cristo en él. De cada uno de ellos dice: "Ponerte he como anillo de sellar: porque yo te escogí." (Haggeo 2:23.)

Hablad por tanto de las promesas; hablad de la buena voluntad de Jesús para bendecir. No nos olvida ni un solo instante. Cuando, a pesar de circunstancias desagradables, sigamos confiados en su amor y unidos íntimamente con él, el sentimiento de su presencia nos inspirará un gozo profundo y tranquilo. Acerca de sí mismo Cristo dijo: "Nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre." (S. Juan 8:28, 29.)

La presencia del Padre rodeaba a Cristo, y nada le sucedía que Dios en su infinito amor no permitiera para bendición del mundo. Esto era fuente de consuelo para Cristo, y lo es también para nosotros. El que está lleno del espíritu de Cristo vive en Cristo. Lo que le suceda viene del Salvador, que le rodea con su presencia. Nada podrá tocarle sin permiso del Señor. Todos nuestros padecimientos y tristezas, todas nuestras tentaciones y pruebas, todas nuestras pesadumbres y congojas, todas nuestras privaciones y persecuciones, todo, en una palabra, contribuye a nuestro bien. Todos los acontecimientos y circunstancias obran con Dios para nuestro bien.

No Habléis Mal de Nadie

Si comprendemos la longanimidad de Dios para con nosotros, nunca juzgaremos ni acusaremos a nadie. Cuando Cristo vivía en la tierra, ¡cuán sorprendidos hubieran quedado quienes con él vivían, si, después de haberle conocido, le hubieran oído decir una palabra de acusación, de censura o de impaciencia! No olvidemos nunca que los que le aman deben imitar su carácter.

"Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros." "No volviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino antes por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois llamados para que poseáis bendición en herencia." (Romanos 12:10; 1 S. Pedro 3:9.)

Cortesía

El Señor Jesús nos pide que reconozcamos los derechos de cada ser humano. Hemos de considerar los derechos sociales de los hombres y sus derechos como cristianos. A todos debemos tratar con cortesía y delicadeza, como hijos e hijas de Dios.

El cristianismo hará de todo hombre un cumplido caballero. Cristo fue cortés aun con sus perseguidores; y sus discípulos verdaderos manifestarán el mismo espíritu. Mirad a Pablo cuando compareció ante los magistrados. Su discurso ante Agripa es dechado de verdadera cortesía y de persuasiva elocuencia. El Evangelio no fomenta la cortesía formalista, tan corriente en el mundo, sino la cortesía que brota de la verdadera bondad del corazón.

El cultivo más esmerado del decoro externo no basta para acabar con el enojo, el juicio implacable y la palabra inconveniente. El verdadero refinamiento no traslucirá mientras se siga considerando al yo como objeto supremo. El amor debe residir en el corazón. Un cristiano cabal funda sus motivos de acción en el amor profundo que tiene por el Maestro. De las raíces de su amor a Cristo brota un interés abnegado por sus hermanos. El amor comunica al que lo posee gracia, decoro y gentileza en el modo de portarse. Ilumina el rostro y modula la voz; refina y eleva al ser entero.

La Importancia de las Cosas Pequeñas

La vida no consiste principalmente en grandes sacrificios ni en maravillosas hazañas, sino en cosas menudas, que parecen insignificantes y sin embargo suelen ser causa de mucho bien o mucho mal en nuestras vidas. Por nuestro fracaso en soportar las pruebas que nos sobrevengan en las cosas menudas, es como se contraen hábitos que deforman el carácter, y cuando sobrevienen las grandes pruebas nos encuentran desapercibidos. Sólo obrando de acuerdo con los buenos principios en las pruebas de la vida diaria, podremos adquirir poder para permanecer firmes y fieles en situaciones más peligrosas y difíciles.

Auto Disciplina

Nunca estamos solos. Sea que le escojamos o no, tenemos siempre a Uno por compañero. Recordemos que doquiera estemos, hagamos lo que hagamos, Dios está siempre presente. Nada de lo que se diga, se haga o se piense puede escapar a su atención. Para cada palabra o acción tenemos un testigo, el Santo Dios, que aborrece el pecado. Recordémoslo siempre antes de hablar o de realizar un acto cualquiera. Como cristianos, somos miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. No digáis una palabra ni hagáis cosa alguna que afrente "el buen nombre que fue invocado sobre vosotros." (Santiago 2:7.)

Estudiad atentamente el carácter divino-humano, y preguntaos siempre: "¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar?" Tal debiera ser la norma de vuestro deber. No frecuentéis innecesariamente la sociedad de quienes debilitarían por sus artificios vuestro propósito de hacer el bien, o mancharían vuestra conciencia. No hagáis entre extraños, en la calle o en casa, lo que tenga la menor apariencia de mal. Haced algo cada día para mejorar, embellecer y ennoblecer la vida que Cristo compró con su sangre.

Obrad siempre movidos por buenos principios, y nunca por impulso. Moderad la impetuosidad natural de vuestro ser con mansedumbre y dulzura. No deis lugar a la liviandad ni a la frivolidad. No broten chistes vulgares de vuestros labios. Ni siquiera deis rienda suelta a vuestros pensamientos. Deben ser contenidos y sometidos a la obediencia de Cristo. Consagradlos siempre a cosas santas. De este modo, mediante la gracia de Cristo, serán puros y sinceros.

Debemos sentir siempre el poder ennoblecedor de los pensamientos puros. La única seguridad para el alma consiste en pensar bien, pues acerca del hombre se nos dice: "Cual es su pensamiento en su alma, tal es él." (Proverbios 23:7.) El poder del dominio propio se acrecienta con el ejercicio. Lo que al principio parece difícil, se vuelve fácil con la práctica, hasta que los buenos pensamientos y acciones llegan a ser habituales. Si queremos, podemos apartarnos de todo lo vulgar y degradante y elevarnos hasta un alto nivel, donde gozaremos del respeto de los hombres y del amor de DIOS.

Hablemos bien de los demás

Practicad el hábito de hablar bien de los demás. Pensad en las buenas cualidades de aquellos a quienes tratáis, y fijaos lo menos posible en sus faltas y errores. Cuando sintáis la tentación de lamentar lo que alguien haya dicho o hecho, alabad algo de su vida y carácter. Cultivad el agradecimiento. Alabad a Dios por su amor admirable de haber dado a Cristo para que muriera por nosotros. Nada sacamos con pensar en nuestros agravios. Dios nos invita a meditar en su misericordia y amor incomparables, para que seamos movidos a alabarle.

Los que trabajan fervorosamente no tienen tiempo para fijarse en las faltas ajenas. No podemos vivir de las cáscaras de las faltas o errores de los demás. Hablar mal es una maldición doble, que recae más pesadamente sobre el que habla que sobre el que oye. El que esparce las semillas de la disensión y la discordia cosecha en su propia alma los frutos mortíferos. El mero hecho de buscar algo malo en otros desarrolla el mal en los que lo buscan. Al espaciarnos en los defectos de los demás nos transformamos a la imagen de ellos. Por el contrario, mirando a Jesús, hablando de su amor y de la perfección de su carácter, nos transformamos a su imagen. Mediante la contemplación del elevado ideal que él puso ante nosotros, nos elevaremos a una atmósfera pura y santa, hasta la presencia de Dios. Cuando permanecemos en ella brota de nosotros una luz que irradia sobre cuantos se relacionan con nosotros.

En vez de criticar y condenar a los demás, decid: "Tengo que consumar mi propia salvación. Si coopero con el que quiere salvar mi alma, debo vigilarme a mí mismo con diligencia. Debo eliminar de mi vida todo mal. Debo vencer todo defecto. Debo ser una nueva criatura en Cristo. Entonces, en vez de debilitar a los que luchan contra el mal, podré fortalecerles con palabras de aliento." Somos por demás indiferentes unos con otros. Demasiadas veces olvidamos que nuestros compañeros de trabajo necesitan fuerza y estímulo. No dejemos de reiterarles el interés y la simpatía que por ellos sentimos. Ayudémosles con nuestras oraciones y dejémosles saber que así obramos.

Paciencia con los que Yerran

No todos los que dicen trabajar por Cristo son discípulos verdaderos. Entre los que llevan su nombre y se llaman sus obreros, hay quienes no le representan por su carácter. No se rigen por los principios de su Maestro. A menudo ocasionan perplejidad y desaliento a sus compañeros de trabajo, jóvenes aún en experiencia cristiana; pero no hay por qué dejarse extraviar. Cristo nos dio un ejemplo perfecto. Nos manda que le sigamos.

Hasta la consumación de los siglos habrá cizaña entre el trigo. Cuando los siervos del padre de familia, en su celo por la honra de él, le pidieron permiso para arrancar la cizaña, él les dijo: "No; porque cogiendo la cizaña, no arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega." (S. Mateo 13:29, 30.)

En su misericordia y longanimidad, Dios tiene paciencia con el impío, y aun con el de falso corazón. Entre los apóstoles escogidos por el Cristo, estaba Judas el traidor. ¿Deberá ser causa de sorpresa o de desaliento el que haya hoy hipócritas entre los obreros de Cristo? Si Aquel que lee en los corazones pudo soportar al que, como él sabía, iba a entregarle, ¡con cuánta paciencia deberemos nosotros también soportar a los que yerran!

Seamos como Jesús

Y no todos, ni aun entre los que parecen ser los que más yerran, son como Judas. El impetuoso Pedro, tan violento y seguro de sí mismo, aparentaba a menudo ser inferior a Judas. El Salvador le reprendió más veces que al traidor. Pero ¡qué vida de servicio y sacrificio fue la suya! ¡Cómo atestigua el poder de la gracia de Dios! Hasta donde podamos, debemos ser para los demás lo que fue Jesús para sus discípulos mientras andaba y discurría con ellos en la tierra.

Consideraos misioneros, ante todo entre vuestros compañeros de trabajo. Cuesta a menudo mucho tiempo y trabajo ganar un alma para Cristo. Y cuando un alma deja el pecado para aceptar la justicia, hay gozo entre los ángeles. ¿Pensáis que a los diligentes espíritus que velan por estas almas les agrada la indiferencia con que las tratan quienes aseveran ser cristianos? Si Jesús nos tratara como nosotros nos tratamos muchas veces unos a otros, ¿quién de nosotros podría salvarse? Recordad que no podéis leer en los corazones. No conocéis los motivos que inspiran los actos que os parecen malos. Son muchos los que no recibieron buena educación; sus caracteres están deformados; son toscos y duros y parecen del todo tortuosos. Pero la gracia de Cristo puede transformarlos. No los desechéis ni los arrastréis al desaliento ni a la desesperación, diciéndoles: "Me habéis engañado y ya no procuraré ayudaros." Unas cuantas Palabras, dichas con la viveza inspirada por la provocación, y que consideramos merecidas, pueden romper los lazos de influencia que debieran unir su corazón con el nuestro.

La vida consecuente, la sufrida prudencia, el ánimo impasible bajo la provocación, son siempre los argumentos más decisivos y los más solemnes llamamientos. Si habéis tenido oportunidades y ventajas que otros no tuvieron, tenedlo bien en cuenta, y sed siempre maestros sabios, esmerados y benévolos.

Para que el sello deje en la cera una impresión clara y destacada, no lo aplicáis precipitadamente y con violencia, sino que con mucho cuidado lo ponéis sobre la cera blanda, y pausadamente y con firmeza lo oprimís hasta que la cera se endurece. Así también tratad con las almas humanas. El secreto del éxito que tiene la influencia cristiana consiste en que ella es ejercida de continuo, y ello depende de la firmeza con que manifestéis el carácter de Cristo. Ayudad a los que han errado, hablándoles de lo que habéis experimentado. Mostradles cómo, cuando cometisteis vosotros también faltas graves, la paciencia, la bondad y la ayuda de vuestros compañeros de trabajo os infundieron aliento y esperanza.

Hasta el día del juicio no conoceréis la influencia de un trato bondadoso y respetuoso para con el débil, el irrazonable y el indigno. Cuando tropezamos con la ingratitud y la traición de los cometidos sagrados, nos sentimos impulsados a manifestar desprecio e indignación. Esto es lo que espera el culpable, y se prepara para ello. Pero la prudencia bondadosa le sorprende, y suele despertar sus mejores impulsos y el deseo de llevar una vida más noble.

"Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de Cristo." (Gálatas 6:1, 2.)

Todos los que profesan ser hijos de Dios deben recordar que, como misioneros, tendrán que tratar con toda clase de personas: refinadas y toscas, humildes y soberbias, religiosas y escépticas, educadas e ignorantes, ricas y pobres. No es posible tratar a todas estas mentalidades del mismo modo; y no obstante, todas necesitan bondad y simpatía. Mediante el trato mutuo, nuestro intelecto debe recibir pulimento y refinamiento. Dependemos unos de otros, unidos como estamos por los vínculos de la fraternidad humana.

"Habiéndonos formado el cielo para que dependiéramos unos de otros, el amo, el siervo o el amigo, uno a otro le piden ayuda, hasta que la flaqueza de uno venga a ser la fuerza de todos."

Por medio de las relaciones sociales el cristianismo se revela al mundo. Todo hombre y mujer que ha recibido la divina iluminación debe arrojar luz sobre el tenebroso sendero de aquellos que no conocen el mejor camino. La influencia social, santificada por el Espíritu de Cristo, debe servir para llevar almas al Salvador. Cristo no debe permanecer oculto en el corazón como tesoro codiciado, sagrado y dulce, para que de él sólo goce su dueño. Cristo debe ser en nosotros una fuente de agua que brote para vida eterna y refrigere a todos los que se relacionen con nosotros.